Me veía encogida como perfume, convertida en ovillo oliendo el petricor que asomaba por la ventana. El cielo estaba pintado como las aceras y las aceras a lo lejos eran nubes de tormenta.

Mi boca saboreaba besos anhelados de nubes, deseando esa humedad, esa lengua esponjosa trenzándose en mi boca.

Escuchaba de fondo un piano, que sonaba en azules mientras que me abrazaba con sus colores.

Mi corazón en la soledad deseaba las caricias estrechas de un césped recién cortado por mi cuerpo.

Estaba minimizada y eclipsada en mis pensamientos de regaliz. Dulces pero negros, que me dejaban un regustillo inclusive cuando dejaba de mascarlos en mi cabeza.

Necesitaba sentir la vibración que se escucha y te aclama, escuchar su voz como partitura al piano.Mis lágrimas se contenían en el silencio mudo de puntillas, en el reloj roto que no avanza.

Fueron bastantes días grises hasta que un día mi ventana olió el calor de los rayos mientras que mis mejillas se sonrojaban, mi curiosidad estaba en la mirilla y allí se encontraba él, al otro lado de un umbral, que al abrir la puerta… me abalanzaría como un recreo de niños.

Para no dejarlo marchar.

 

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