De nuevo me colé entre las entradas de mi madre para dejaros la octava parte de Los ojos del demonio 😉 Un abrazo a todos y espero que os guste!!!!
Cada uno tenía un personaje, yo interpretaba a un chico tímido cuya prometida se moría de cáncer. En la escena salía una enfermera, los padres de la chica, el hombre, la propia mujer, un doctor, dos amigas de la infancia de la enferma y su hermano pequeño. Ella debía parecer alegre con algún destello de tristeza. El ambiente estaría cargado, todos hablábamos tartamudeando, para despedirla y tratando de esconder el dolor de la pérdida inminente bajo sutiles sonrisas forzadas. Es decir, todo un drama.
Pero mi cabeza seguía en aquella estúpida melodía, en sus notas y en el teclado del piano, la suave luz que entraba por la ventana e incluso en mis manos moviéndose mientras mis lágrimas estaban a punto de escapar de mis ojos. ¿Qué habría pasado con mis padres? ¿Estarían bien? Añoraba esos tranquilos momentos que pasé en mi pequeña casa, con mis torpes amigos y sus bromas pesadas.
-Todo se solucionará… Seguro que todo acabará bien. No sabía si me lo decía a mí mismo o solo actuaba. Pero todos parecían haberse sorprendido con mi expresión. Todo lo que había guardado bajo llave acababa de escapar. Tampoco tenía que ocultarlo, estaba actuando, ¿no? Las lágrimas resbalaron por mis mejillas.- ¿Te rendirás sin más? Sentía todos los ojos puestos en mí, cuando me respondieron, devolviéndome a la realidad.
-¿Tú lo harás? Me pareció que la pregunta me la hacía directamente a mí y yo me tragué mis lágrimas, tomando la mano de la chica que acababa de sacarme del abismo sin saberlo. -Yo no me rendí… Admito que actuaba de maravilla. Me quedé algo atontado al verla, tirada en el suelo y mirando angustiada, pero con cierta dulzura, a cada uno de nosotros.
-Lo hiciste. No te recuperaste.
Ella añadió la frase más indicada para hacer que todos se contagiasen de nuestros sentimientos y ya era incapaz de diferenciar cuáles me pertenecían y cuales solo eran parte de aquella escena. – Lo siento. No cumplí la promesa.
-¿Qué promesa? Pregunté algo intrigado por la situación que había acabado de tragarme completamente.
-La de estar juntos siempre…
Ahí me dí la vuelta, quería ver el rostro de Cristopher. También me cargué el ambiente y todos perdimos el hilo de la historia. Pero sus ojos se habían cubierto de lágrimas y aplaudía nervioso.
Cuando me quise dar cuenta había llegado el preciado descanso y mis pies me condujeron hasta una de las aulas de música abandonadas. Todo parecía estar cubierto de polvo y sin embargo no me costó diferenciar una batería, un par de guitarras estropeadas y tres viejos pianos cubiertos con trozos de tela que amenazaban con el completo abandono.
Destapé los pianos, comprobando que les faltaban teclas o simplemente habían dejado de sonar como debían. Pero nada que no se pudiese solucionar. Coloqué las teclas usadas de los otros dos pianos y reuní todo cuanto faltaba en uno. El abandono que tanto había durado por la gruesa capa de polvo que los cubría desaparecía cuando tocaba cada tecla, comprobando que todo estaba correctamente.
¿Por qué me había obsesionado tanto con aquella canción? ¿De qué me resultaba tan familiar? La situación era similar a la de la sala de mi casa. A penas entraba luz, solo lo justo para diferenciar las teclas en la oscuridad. No había reparado en la belleza de aquel piano negro, iluminado con la débil luz que entraba colándose entre las cortinas rojas que cubrían las ventanas. Y en un impulso empecé a tocar, con cierta torpeza y tropezando con las teclas, la música que me había desconcertado durante todo el día.
Aquello parecía tomar forma y cada vez me resultaba más fácil reproducirla. Una tras otra, repetía sin descanso la melodía hasta que sentí como desgarraba algo mi espalda, haciéndome caer al suelo por el dolor. Pero allí no había nadie, y, a pesar de que aún sentía ese espantoso dolor, tampoco tenía herida alguna. ¿Habrá sido mi imaginación? me pregunté ami mismo. Pero aquello era demasiado real. Entonces recordé el abrazo de la muerte y cómo trató de aferrarse a mi piel cuando vio que lograba escapar.
Pero ese no fue el único recuerdo que regresó a mi mente. Había algo más, pero estaba borroso y el tratar de concentrarme me empezó a producir un fuerte dolor de cabeza.
Sin embargo, volví a sentarme frente al teclado y con las imágenes borrosas aún revoloteando en mi mente, continué repitiendo una tras otra las notas.
Mi padre… él estaba frente a un piano… mi madre parecía molesta, creo que le pedía que dejase de tocar el piano. Yo estaba con ellos, entonces mi madre se agachaba tapando sus oídos y me decía – No hagas caso a tu padre, esto no te hará falta… estás a salvo.
Algo me alarma. Creo que son sus palabras lo que me obligan a detenerme, pero hay algo más. No solo es el darme cuenta de que ellos estaban preocupados sobre un peligro que yo desconocía, también era el reconocer, por fin, de qué me sonaba aquella misteriosa música, quién la había tocado anteriormente: Mi padre.